Ilustración de mujer negra de cabello abundante con una flor tropical en el oido. Labios pink y pestaãs azules. Está rodeada de hojas y atrás de ella hay un aura rosada. Abajo hay texto en negro con fondo blanco: Piel Negra, Una historia a dos manos. Por Mariví Guarderas & Pablo Lara H.

Faltan pocos segundos para que deje de sonar la sirena y se encienda la luz del faro. En ese instante me falta el aire para salir corriendo por un boca a boca. Un aire divino que cada noche expone en su soplo el deseo de ser un cuerpo verdadero.

Me voy de la pieza silbando al son de los brillos, meto alcohol y con caramelitos de menta alegro el calor. La sorpresa al final de la botellita me relaja más y sonrió más, cuando sus músculos huelen a limpio y me apropian con lo que tiene poca duración.

Los autos me siguen, se acercan a mi oscura popular, susurro perversiones para no perderlos...Cualquiera dice que se la beba, otro muy caliente puede matarme al toque besándome a ciegas la manzanita fulera, ese baja mi cinta de Reina de Comparsa y sus manos se tornan sucias sublimando lo brutalmente sexual.

Las manos sucias de arena, de olores marinos, de orina. Las yemas de los dedos manchadas. La palma de las manos claras brillando en la media luz de los primeros minutos de la noche. Las palmas son luciérnagas escapadas de un sueño de Eros.

El largo humo de la maconha era suficiente para tres cachazas seguidas y creer que el próximo era un Dios con zapatillas de lona azules, besándome, diciéndome con un poco de amor alguna vulgaridad...Pero no, nunca pasaba eso y sin dar tregua me echaban a manotazos en la esquina siguiente y dejaban en mi prenda cualquier billete que limpie la tierra que había tragado.

Encuentros de sexo por dinero, de sexo que estrena vagina con palabras dichas al oído, sobre una pared peligrosa como boca de lobo en un nocturno de Chopin con cocaína. Y en los siguientes encuentros el oficio encendía latidos que pensé no ser capaz de sentir, hasta que una noche ese alguien entrega su llave y me dice: mi nombre es Antonio y te quiero como a una novia.

Lejos de la elocuencia de la calle la luz que ondulaba en el silencio estaba dentro del agua, respire hondo y le prometí bajo el efecto del alcohol elegante hormonas para transformar el carnet militar en un satén bordado de pezones color fucsia, un obsequio amoroso y moderno que me liberaba de la pobreza, un cuchillo al costado que cruza sin ver, cicatrices de nácar y el batuque en mi cadera natural.

Dejé la pensión y en la carretera al mar tomé un colectivo hasta ver en el cerro la última casa color cemento encaramada entre las ramas. Ya en la noche unos pasos suaves...¡Ay el corazón y el miedo! El hombre hecho de sus manos me regala un poema y una rosa de coco.

Bajo la luz ámbar de nuestra casa número veinte y seis brindamos sobre un tabloncito de madera. Suspendidos en ese torrente de vino y amor se escucha la lluvia reverdecer las trepadoras sobre el techo de tierra, por primera vez.

En la habitación tapizada con antiguos estrenos de Sonia Braga, sin importar lo grueso de mis piernas y mis tetas de gata loca jugaba a ser clavo y canela. Acariciados y solos nos íbamos de nuestras luciérnagas en noches que resistíamos con desesperación a que amanezca.

De mañana, escondido del sol, cubierto de volutas de humo y gotas de sudor, recorrería, como el camino de vuelta a casa, el cuerpo del hombre.

La espalda amplia, la sonrisa franca y los dientes grandes. Llevaba el cabello corto para no mostrar que es crespo.

La voz de tenor que retumbaba en la cabeza como golpe. Una embestida y una palabra en el oído. Como un batuque de Carnaval, descendiendo las laderas del cuerpo de un hombre de piel negra. De manos grandes y de piel callosa. El trabajo siempre se lee en el cuerpo de los pobres.

El domingo a través de plumas y cristales del mar, su rostro negro y plata recién afeitado me despierta con su saliva estampada en mi boca y una cerveza heladita delante de un sol mezclándose en el sexo de las nubes. Sin soltar la sonrisa enciende un cigarillo y esquivando al monte regresa a recibir la reserva de la barca.

Pinto los labios de un tono de jovencita, prendo la estufa, la brisa corre a favor del fuego, adorno la mesa de mediodía con frutas y flores y mientras Antonio sirve el pescado me dice: con sólo un cinturón de tigresa eres bella y feliz, más bella y más feliz que Sonia Braga.

En la sexta cerveza encontraba un motivo en las anécdotas a fin de reconstruir mi infancia, desde la niña adelantada de dientes torcidos, colchoncitos de algodón en el pecho y un Adán en la garganta. Hasta el día que recibí mis primeros golpes que alcanzaron para la cera depilatoria y una cajita de maquillaje con pestañas postizas.

Cuando cumplí quince años me regalé la calle para comprarme unas sandalias de acrílico con plataforma y no tener miedo de quien soy...No hay vuelta atrás, estás ahí con peluca y el pubis afeitado, maquillada toda haciendo sonar los tacones; estás ahí eligiendo entre polvo blanco o iniciarse con tres, la niña que jamás dice que no despues de cada buche.

Mi vida dependía de un inmenso árbol que me resguardaba de esas esquinas que vacilaban entre fiesta o crónica. Aquel protector cuyas frutas tenían el color al parir lo llamé San Jorge. Sus ramas amarradas con hilos milagrosos recibía papelitos sustraídos de billeteras picoteadas al vuelo. Bajo sus regazo cantaba letras de Caetano para que su poder me oculte del frenesí contra los desiguales, los marginales, los maricas. A pesar de que "nunca" y "siempre" no existen. En sus raíces me sentía un animal capaz de sacar el peor instinto para defenderse.

Antonio lustra los zapatos y cuelga la chaqueta que trae de la vida al día, de la vida al sol, del pensamiento elevado, de los horarios correctos y de la risita oportuna; deja el orden afuera para salvar lo que ama.